ESTUDIAR EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR ¿QUÉ NOS HACE MÁS FELICES, LA VOCACIÓN O EL COMPROMISO FAMILIAR?
La clave es saber si lo que estudiamos será en beneficio de la felicidad de nuestros padres o la propia. Estudio británico indica la relación existente entre una buena toma decisión al respecto y la sanidad mental de quién asume un futuro académico.
Si hay algo que se repite en todos los hogares del mundo, cuando estamos a punto de egresar del colegio o ya lo hemos hecho, es la manida duda existencial sobre el ¿qué vamos a estudiar?. Inquietud eterna entre los padres, esta tremenda decisión nos acompaña gran parte de nuestra niñez y prácticamente toda nuestra adolescencia. Es como si durante todos esos años nos programaran mecánicamente para no equivocarnos al momento de elegir lo que será nuestra futura profesión. Lamentablemente, en la mayoría de los casos, lo menos que se considera para estos efectos, es la opinión o los intereses propios de quién debiera zambullirse entre códigos civiles, libros de anatomía, reglas de cálculo o enciclopedias de macroeconomía. Casi como si fuéramos productos en guarda, todos los esfuerzos realizados para intoxicarnos de la tradición o el deseo paternal por ser un “un profesional de verdad” muchas veces choca con lo que realmente nuestro corazón nos indica y lejos de ser una elección personal, pasa a ser un compromiso familiar lo que finalmente se estudia. La pregunta es…¿somos felices realmente estudiando lo que el convencionalismo nos dicta?
Para quienes tienen la oportunidad de seguir sus propios dictámenes o la fortuna de sintonizar con el deseo familiar, estudiar la carrera de nuestros sueños puede ser de verdad muy gratificante. Para empezar, no sólo nos ayudará a desarrollarnos como intelecto y persona, sino que también nos permitirá obtener mejores oportunidades laborales futuras, ya que finalmente hemos estudiado algo que no sólo nos gusta y motiva, sino que además poseemos vocación para ello. Pero, ¿es realmente la educación la clave de la felicidad? A esta pregunta intentó responder un grupo de expertos de la Universidad de Warwick de Inglaterra en una reciente investigación.
El estudio
Aunque data de muchos años las investigaciones sobre la relación entre la calidad de la educación y las enfermedades mentales es primera vez que se comprueba científicamente que no existe un asidero o correlación entre la formación académica y el grado de felicidad ni la sanidad psíquica, lo cual sí habría demostrado el estudio publicado en el British Journal of Psychiatry.
Tras analizar los factores socioeconómicos relacionados con alto bienestar mental, como el nivel de educación y la solvencia económica, los investigadores concluyeron que obtener un buen nivel de formación académica no necesariamente es factor de prevención frente a trastornos mentales como el estrés, la ansiedad o la depresión.
Sarah Stewart-Brown, autora principal del proyecto, explicó que las personas con altos niveles de bienestar mental logran sentirse felices y satisfechas con su vida, principalmente por la forma en la que gestionan personalmente sus problemas y desafíos, de manera mucho más optimista y expeditiva que los demás.
Un tema “tabú”
Al parecer el estudio británico, pone en el tapete un tema que hasta hace poco tiempo era considerado prácticamente “tabú” en las sociedades modernas. Muy pocos se habían aventurado a denunciar que la felicidad no se alcanzaba ciertamente por el grado de educación que se poseía, ya que ello era simplemente entendido casi como un suicidio cultural, sabiendo que por centurias el discurso oficial es que sólo con la sólida educación se puede desarrollar un individuo y una nación.
Lo hecho por la Universidad de Warwick, es bajo este prisma más que revolucionario, especialmente al momento de sostener que la educación no asegura contribuir directamente a la construcción de estos “mecanismos de defensa”, problema que puede asociarse a una necesidad de reestructura del sistema educativo, incorporando elementos que apunten no sólo a la incorporación de conocimientos duros, sino también al desarrollo de habilidades blandas. En síntesis, la hora de la programación patriarcal en lo que se refiere a la formación de los jóvenes tienen sus horas contadas.
No hay nada mejor que ser y hacer feliz. Y para ello, una buena forma de mantener la sanidad mental, es optar por lo que verdaderamente creemos sea nuestro camino en la educación. Si sentimos que podemos el mejor de los neurocirujanos o en su defecto el mejor de los técnico en refrigeración, esa elección debe ser única y exclusivamente nuestra. Si bien la familia puede opinar, descubrir que tenemos “dedos para el `piano” para tal o cual cosa, esta es una tarea personal en la cual nosotros tenemos la primera prioridad. Si nos equivocamos, no importa. Analizamos donde estuvo el error, lo corregimos o simplemente optamos por el Plan B. Lo crucial es que sea lo que sea, lo que estudiemos y supuestamente nos ganemos el pan el día de mañana, no sólo nos guste, sino que nos haga feliz y sanos en cuerpo, mente y espíritu.